El triángulo rectángulo azul quedó solitario sobre la mesa y el silencio llenó el alma de cada uno de los que contemplamos la escena sin saber qué hacer o decir, y es que luego de un largo camino, habíamos llegado al final, habíamos terminado.

La última lección de geometría se había dado, nuestro curso para ser guías Montessori llegaba a su final y el corazón de todos los estudiantes sentía esa mezcla de satisfacción y melancolía, aferrados a beber hasta la última gota del conocimiento que pudiéramos exprimirle al material y atraparlo para siempre entre las hojas de nuestros álbumes.

Hoy se termina una parte de nuestro viaje al corazón de tu vida y obra. Hoy veo el camino recorrido y me sorprende que apenas tres años atrás mi vida se volvió a empapar de tu filosofía, ya no como un niño absorbiendo sin darse cuenta el universo entero en cada estante de materiales, sino como un adulto que regresaba al ambiente para poner su experiencia y formación profesional a tu servicio, y al de todas las escuelas que portan con pasión tu apellido en sus puertas.

Vaya que ha sido un viaje digno de compartir, porque compartir es repartir y solo repartiendo podemos agradecer lo que se nos ha dado. Y esta gran familia Montessori me ha dado mucho, por lo que hoy que he concluido este tramo del sendero, me siento motivado a contarte en cada carta esta travesía y al contarte agradecerte y al agradecerte, agradecerle a todos. 

Te soy sincero, Miri y yo jamás pensamos que un simple proyecto de hacer playeras con diseños de materiales nos lanzaría con todo a la aventura de conocer a tantas personas, a tantos proyectos y tantos lugares. Un día pensábamos en grabar videos Montessori durante la pandemia y al otro ya éramos responsables del canal de Liliana Martinelli con cerca de 25,000 suscriptores. Otro día quisimos grabar un pequeño podcast con mi hermana para hablar con ex alumnos y al otro ya teníamos a más de 50 invitados diferentes compartiendo su pasión por los niños. Un día llevamos una carta de presentación a algunas escuelas en la capital y al otro ya teníamos un “stand” en el congreso Montessori de México.

Pero nada de eso se puede equiparar a la maravillosa experiencia de convertirnos en colibríes de tu jardín, querida María, Volando apresurados de persona a persona para libar la sabiduría de su experiencia con los niños. Nos volvimos sedientos del néctar que nace en la mirada de las guías, nos hicimos adictos al olor de los ambientes y a observar la danza perfecta cuando se logra la normalización, aunque sea por unos graciosos instantes durante el día. Y esto nos arrebató la vida entera para ponerla al servicio de los pequeños, y al servicio de las guías que acompañan a los pequeños, y al servicio de las escuelas donde las guías pueden acompañar a los pequeños, y al servicio de la familia Montessori donde las escuelas se pueden unir para que las guías puedan acompañar a más pequeños.

Espero que estas cartas sirvan para compartirte todas las cosas increíbles que vivimos gracias a ti, a más de 100 años de tu nacimiento. Y que, tal vez, estas experiencias de colibrí, se conviertan en polen que cae de nuestras alas inquietas y fecunden flores que se conviertan en puentes entre las escuelas y entre los corazones.

Estoy seguro de que hoy nos sonríes desde ese lugar donde los grandes hombres y mujeres se sientan para disfrutar el fruto de sus semillas sembradas en vida. Y que en ese silencio que sentimos al terminar la última presentación, así como cada día en que vivimos tu trabajo en las escuelas, nos deslizas casi a manera de susurro un sencillo pero poderoso recordatorio: Felicidades por todo, pero no se olviden de lo más importante: “Sigan al niño”.